Jugando con fuego
Al parecer Blinky Rotred ha recibido de nuevo noticias desde París de su hermana Anna.
Ésta, de tanto en tanto, contacta con su hermano elaborando con cariño pequeños y variopintos continentes repletos de selectos contenidos.
En esta ocasión las noticias llegaron en una caja de zapatos algo amorfa y forrada de pegatinas francesas.
Dentro de ella Blinky pudo encontrar cantidad de recortes de prensa, prospectos, folletines, entradas, fotocopias, una polilla urbanita encapsulada, servilletas garabateadas, un mechero inverosímil y algún que otro peculiar tesoro.
Casi todo lo que Anna seleccionó esta vez para su hermano hablaba de exposiciones y artistas. Nombres como Burden, Manzoni, Courbet, Barney, Koons y otros, eran los protagonistas de la caja amorfa de zapatos. Pero había algo que llamó especialmente la atención de Blinky: una pequeña caricatura decimonónica firmada por Richard Doyle, en la que aparecía burdamente dibujado William Turner dispuesto a pintar con una fregona un lienzo sobre un caballete.
Quizá ésta imagen representó para Blinky el papel ambiguo que el artita moderno-contemporáneo ha venido desempeñando en la sociedad,¡quien sabe!. El caso es que ésta imagen y todas las demás reseñas sobre el tema, abrieron su apetito de nuevas aventuras. Él, que nunca mostró demasiado interés hacia las artes plásticas (tan sólo, eso sí, confesó derramar inusual admiración por unas reproducciones anónimas que decoraban su pasillo), despertaba a un nuevo impulso creativo-estético dispuesto a romper fronteras físicas y metafísicas, en pro de la expansión de pensamiento y espíritu.
No dudó en armarse hasta los dientes de todos los artilugios y conocimientos necesarios para conseguir su propósito: encontrar esa misteriosa y divina “actitud” que le hiciera, con suerte, merecedor y hacedor de un momento sublime y/o una verdadera “obra maestra”.
Dentro de ella Blinky pudo encontrar cantidad de recortes de prensa, prospectos, folletines, entradas, fotocopias, una polilla urbanita encapsulada, servilletas garabateadas, un mechero inverosímil y algún que otro peculiar tesoro.
Casi todo lo que Anna seleccionó esta vez para su hermano hablaba de exposiciones y artistas. Nombres como Burden, Manzoni, Courbet, Barney, Koons y otros, eran los protagonistas de la caja amorfa de zapatos. Pero había algo que llamó especialmente la atención de Blinky: una pequeña caricatura decimonónica firmada por Richard Doyle, en la que aparecía burdamente dibujado William Turner dispuesto a pintar con una fregona un lienzo sobre un caballete.
Quizá ésta imagen representó para Blinky el papel ambiguo que el artita moderno-contemporáneo ha venido desempeñando en la sociedad,¡quien sabe!. El caso es que ésta imagen y todas las demás reseñas sobre el tema, abrieron su apetito de nuevas aventuras. Él, que nunca mostró demasiado interés hacia las artes plásticas (tan sólo, eso sí, confesó derramar inusual admiración por unas reproducciones anónimas que decoraban su pasillo), despertaba a un nuevo impulso creativo-estético dispuesto a romper fronteras físicas y metafísicas, en pro de la expansión de pensamiento y espíritu.
No dudó en armarse hasta los dientes de todos los artilugios y conocimientos necesarios para conseguir su propósito: encontrar esa misteriosa y divina “actitud” que le hiciera, con suerte, merecedor y hacedor de un momento sublime y/o una verdadera “obra maestra”.
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